Ser pionero es difícil, muchas veces se trata de una apuesta complicada, de seguir un pálpito. Y claro, no siempre sale bien. Por eso parece que en nuestra ciudad llevamos muchos años temiendo la innovación y tratamos de copiar lo que funciona, aparentemente, en ciudades de nuestro entorno, y eso es un problema. Es un problema porque una vez que una idea ha triunfado en una ciudad pionera, la única manera de competir con esa idea es hacerlo mejor y, lamentablemente, no estamos preparados, ni nuestros políticos, ni nuestro tejido empresarial.

Traigo esto a colación de la noticia con la que desayunamos el pasado viernes de la firma de un convenio con la autoridad portuaria para la desafectación de los terrenos anejos a la playa de la Puntilla con el fin de dotarlos de plazas hoteleras, comerciales y viviendas.

Y es que copiar el modelo de ciudades de nuestro entorno como Chiclana o Rota -que recordemos que en invierno parecen abandonadas- no es la solución en una ciudad en la que sobran plazas hoteleras durante el año. Tenemos suelo hotelero sin ejecutar -¿nadie se acuerda del Caballo Blanco?- y hoteles que entran y salen de eres y concursos, como el Duques de Medinaceli o el Monasterio de San Miguel, por no hablar de la cantidad de plazas no disponibles en los meses de invierno porque cierra el establecimiento. No nos sirvió copiar el modelo de «Campo de Golf y hotel», nuestra oferta para los clientes es caduca y la solución no pasa por tener más plazas hoteleras, ni más locales cerrados ¿cuántos locales sin actividad hay en el entorno de La Puntilla?

¿Y por qué no nos atrevemos a ser diferentes por una vez? Una apuesta decidida por la peatonalización de nuestro casco histórico; fomentemos la implantación de restauradores de reconocido prestigio -¿cuánto turismo atrae alguien como Ángel León?-; una apuesta por el deporte, haciendo de nuestra ciudad un referente del Rugby, de la vela, del windsurf, del Kite, de deportes naúticos en general; una puesta en valor de nuestras casas palacio, haciendo atractivo el centro para pasear, para vivir y para que el cliente que viene por primera vez se lleve una grata impresión de nuestra ciudad, que sean nuestros embajadores, que sean «Marca El Puerto». Imaginemos, por una vez, que somos diferentes, que no copiamos -mal y tarde- a ciudades de nuestro entorno y que, poco a poco, salimos de este pozo en el que, entre todos, andamos metidos.

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